lunes, 24 de diciembre de 2012

Cuento de Navidad

Se acercaban los días de la Navidad, y allí, en el centro del salón, sobre la alfombra, jugaban Paula y Daniel. Su abuela, mientras, estaba cosiendo junto al fuego de la chimenea. Entonces Daniel dijo a su abuela:
- Abuela, cuéntanos un cuento.
A Paula y Daniel les gustaba que su abuela les contara cuentos, eran cuentos bonitos, cuentos que ella había aprendido muchos años atrás cuando su madre se los contaba siendo una niña.
- Hijos míos, ya no tengo la cabeza para contaros cuentos, tengo muy mala memoria.
Pero Daniel y Paula insistían, querían escuchar un cuento, un Cuento de Navidad.
- Abuelita por favor cuéntanos un Cuento de Navidad.
Entonces la abuela dejó sus gafas y la labor que estaba haciendo y mirando como caían los copos de nieve en la calle mientras poco a poco iba anocheciendo, sonrió y les empezó a contar una historia:

Esta historia que os voy a contar es una historia verdadera, una historia que sucedió hace muchos, muchos años, en un tiempo y en lugar que ya se perdieron en la historia, pero es una historia que a lo mejor un día podrá volver a suceder. Tantos años hace ya de esto que os voy a contar que cuando sucedió era en los tiempos en los aún Dios bajaba de vez en vez a la Tierra para estar con los hombres.
Esa mañana, muy temprano, cuando el Sol todavía andaba somnoliento, cuando estaba desperezándose y preparándose para alzarse sobre las montañas, quiso Dios visitar a los hombres.

- Abuela, Dios tiene que ser muy trabajador porque sino no se levantaría tan temprano con lo cansado que debe estar, ¿a qué sí? -dijo Daniel.
- Desde luego mira que eres, Dios es muy fuerte y no tiene que descansar, tú lo que pasa es que eres un dormilón y no te gusta madrugar y piensas que nadie lo hace -dijo Paula.
La abuela moviendo la cabeza dijo:
- Bueno, ¿pero me vais a dejar que cuente la historia o no?
- Sí, abuela - contestaron los dos a la vez.

En una ciudad vivían tres viejos hombres muy buenos, eran poderosos, ricos y sabios, se llamaban Haluel, Saluel y Raluel. Y con ellos vivía un muchachuelo que no era poderoso, pues nadie le obedecía, que no era rico, pues nada tenía y que no era sabio, pues ni siquiera a leer y escribir había aprendido. Su nombre era José.
Y entró Dios en su casa y dijo:
- Amigos míos, estoy aquí para pediros consejo. Cada día que pasa los hombres son peores, apenas acaba una guerra cuando ya están preparando la próxima, por eso he pensado en bajar a la Tierra para ayudarlos. Quiero enviar a la Tierra a mi hijo para que sea hombre como vosotros y viva como vosotros. Pero no sé que nacimiento prepararle, vosotros sois los hombres más buenos y sabios; dadme pues consejo. 
Los tres hombres entonces se miraron extrañados, sus caras reflejaban asombro, pero no temor ni miedo. No era la primera vez que Dios había venido a pedirles consejo, pero nunca antes les había preguntado algo tan difícil y complicado.
El primero de los hombres, Haluel, que era el más viejo de ellos, haciendo una profunda reverencia dijo:
- Excelentísimo y reverendísimo Señor Dios, su hijo deberá tener un nacimiento como los poderosos, como el nacimiento del más poderoso de los emperadores y reyes. 
Entonces el segundo de los sabios, Saluel, hizo otra profunda reverencia y dijo:
 - Excelentísimo y reverendísimo Señor Dios, su hijo deberá tener un nacimiento rodeado de sabiduría, un nacimiento como el más sabio de los maestros.Entonces el tercero de los hombres, Raluel, haciendo una reverencia mucho más historiada que la de los otros dos dijo:
- Excelentísimo y reverendísimo Señor Dios, su hijo deberá tener un nacimiento como el más rico de todos los ricos de la Tierra juntos. 
El joven criado que hasta entonces había estado escuchando dijo con toda inocencia:
- Oiga señor Don Dios y digo yo ¿por qué en vez de tener un hijo no tiene usted una hija, una hija que nazca rodeada de pobreza, que tenga un nacimiento como el nacimiento de los pobres? 
Los tres sabios reprendieron a José que además de no haber hecho una reverencia ante Dios tampoco le había llamado excelentísimo y reverendísimo, pero Dios les dijo:
- No le regañéis, pues a él también le quiero escuchar.
Un ángel que había bajado con Dios para tomar nota de las respuestas de los sabios escribió en su libro lo que había escuchado y sonrió.

- Cuando yo creé el mundo lo hice grande y hermoso, mi hijo podría nacer en cualquier lugar, además me gustaría saber quién podría ser su madre. Aconsejadme vosotros, los hombres más sabios y buenos.
El sabio más viejo le dijo a Dios:
- Excelentísimo y reverendísimo Señor Dios, su hijo podría nacer en Roma, en el palacio del emperador, el hombre más poderoso de la Tierra y su madre sería la princesa más poderosa de los poderosos de la Tierra.
El segundo sabio dijo a Dios:
- Excelentísimo y reverendísimo Señor Dios, su hijo debería nacer en Atenas, la ciudad de la cultura y la sabiduría, nacería en la Academia, y de la mujer más sabia que todos los sabios de la Tierra.
El tercer sabio dijo a Dios:
- Excelentísimo y reverendísimo Señor Dios, su hijo debería nacer en Biblos, en un palacio de oro, su madre sería la mujer más rica de todos los ricos de la Tierra.
El criado ignorante que no sabía ni leer ni escribir le dijo a Dios:
- Señor Dios, su hija debería nacer en una aldea desconocida, en una casa pobre y humilde, y de una más pobre que todos los pobres de la Tierra.
El ángel que había venido con Dios, sonriendo, volvió a anotar cada una de las respuestas.

- Gracias por vuestra ayuda. Me habéis dicho cómo, dónde y de quién debería nacer mi hijo, sólo una cosa más me gustaría que me dijerais, el por qué de vuestras respuestas.
Y el sabio más viejo, Haluel, le dijo a Dios:
- Excelentísimo y reverendísimo Señor Dios sólo el poder puede hacer cambiar a los hombres, si los hombres son sometidos se les podrá obligar a ser buenos. Por eso vuestro hijo deberá ser el más poderoso de los poderosos.
Y dijo Saluel:
- Excelentísimo y reverendísimo Señor Dios sólo la sabiduría puede hacer cambiar al mundo, un mundo guiado por alguien sabio es un mundo sabio y bueno. Por eso vuestro hijo deberá ser el más sabio de los sabios.
Y habló Raluel:
- Excelentísimo y reverendísimo Señor Dios sólo la riqueza pueda cambiar el mundo, con riqueza se pueden evitar las miserias. Por eso vuestro hijo deberá ser el más rico de los ricos.
Y añadió José, el criado ignorante:
- Señor Dios el poder convierte a los pobres en oprimidos, la sabiduría desprecia a los humildes e ignorantes, la riqueza roba a los que menos tienen. Solamente el amor, un amor sin poder, sin sabiduría, sin riqueza, puede cambiar a los hombres y hacerlos justos. Lo único que puede redimir al mundo es el amor. Por eso tu hijo deberá nacer pobre entre los pobres y amar como sólo los pobres, los que nada tienen, saben hacerlo.
El ángel que había bajado a la Tierra con Dios sonriendo volvió a escribir en su libro cada una de las respuestas que había escuchado.

De este modo había aconsejado los sabios que todo lo sabían a Dios y el criado ignorante que nada sabía. Pasaron los años y los tres sabios, Haluel, Saluel y Raluel murieron y el muchachuelo se convirtió en un hombre y conoció a una joven guapa y hermosa llamada María, tan pobre como él. Y se casaron, y tuvieron una niña, un niña preciosa, una niña que nació en una casa muy pobre, en medio de la fiesta y la alegría de los vecinos, tan pobres como María y José.
Y cuando los dos quedaron solos, un ángel, el ángel que acompañó a Dios en su último viaje a la Tierra entrando en la habitación dijo:
- Aquí está la hija de Dios, una hija que nace humilde, y no en un palacio, que nace sin saber nada, y no conociéndolo ya todo, que nace sin riquezas, y no entre oro y joyas. Vuestra hija no tiene poder, ni riqueza, ni sabiduría, pero tiene amor. La voluntad de Dios se ha hecho y cada vez que un pobre vuelva a nacer en la Tierra su voluntad se habrá vuelto a cumplir.

- ¿Os ha gustado la historia? - preguntó la abuelita con dulzura, pero Paula y Daniel no respondieron. Los dos se habían quedado dormidos escuchando el cuento. Entonces la abuela se levantó de la vieja mecedora y con ternura les cubrió con una manta. Eran dos angelitos durmiendo sobre la alfombra. Mientras, el fuego de la chimenea crepitaba con gozo.

1 comentario:

Cuento de Navidad | 30 de diferencia dijo...

[…] he recordado que hace exactamente tres años, un día de Nochebuena, publiqué en el blog este Cuento de Navidad, un cuento con el que además ese año las niñas felicitaron a todos los amigos las fiestas y no […]

 
Clicky Web Analytics